Lex Hermae

Ego, Prisca, me ordinem sodalesque fideliter adiuvare me vivo hac re iuro.

dilluns, 21 d’abril del 2014

Veritas liberabit vos

"La verdad os hará libres", de Jesús de Nazaret.

No soy una persona religiosa. De hecho, ni siquiera estoy bautizada, así que me espera una eternidad en el Limbo, junto a tantas otras almas descarriadas que no se deciden ni "por chicha ni por limoná".

Aún así, como ya he comentado en alguna ocasión, desde jovencita he tenido curiosidad por las diversas mitologías del mundo, y la judeo-cristiana no podía faltar. No voy a decir que conozco algunas historias mejor que aquellos que incluso hicieron la comunión en su día (porque no es cierto), aunque puedo defenderme bastante bien para no haber pisado una iglesia más allá que por mero turismo o evento social tal como un bautizo, boda o entierro.

Hace apenas tres días que hemos disfrutado de una espectacular Semana Santa luminosa y prácticamente veraniega, y aprovechando estos tan esperados días de fiesta, me escapé a las tierras del Bajo Aragón a presenciar una de las festividades que más ganas tenía de vivir: los famosos tambores de Calanda, y, por ende, los no tan famosos pero igual de espectaculares tambores de Alcañiz.

Llegué con mi grupo de escapada con el tiempo justo para la Rompida de los Tambores el Viernes Santo, a las 12 del mediodía. Imposible entrar en la plaza, así que la multitud nos agolpamos en las calles colindantes, aunque a mí no me importó, ya que lo espectacular debía ser el escuchar, el sentir, y no el ver. Así fue. Todos los tambores, bombos y demás instrumentos de percusión rompieron el silencio (mal logrado porque cada vez somos más maleducados y le perdemos el respeto a todo) y todo mi cuerpo vibró ensordecido, desde dentro hacia afuera, percibiendo todo aquella potencia en mis entrañas. Sabía que me iba a gustar, la percusión, los tambores en particular, siempre me han gustado, quizá tengo un punto de militar desconocido, así que toda mi piel se erizó con los primeros ritmos, logrando emocionarme como pocas festividades populares han hecho. 

El poder del ritmo es fascinante. La percusión es uno de los sonidos que más ha logrado calarme, quizá porque desvela mi parte más primaria, quizá porque la vibración de los ritmos sea capaz de ejercer en mí el poder de la letanía, como una de las puertas para elevar mi espíritu en un éxtasis primitivo ya poco utilizado y prácticamente olvidado para las personas de occidente. Lástima que las calles estuviesen tan concurridas y no pudiese desconectar del mundo terrenal con los empujones y el griterío general...

Ya instalados en Alcañiz, vi estupendamente la procesión del estandarte del Santo Sepulcro, la de la Soledad y la del Santo Entierro desde el privilegiado balcón de la casa donde nos alojamos. 

Curiosísimo traje el que llevan los tamborileros alcañizanos, el tocado de la cabeza me recordaba a los que llevan los egipcios en las películas de época. Aunque más curioso fue ver la cantidad de gente que sale con el tambor en la procesión, desde los ancianos más experimentados, a adolescentes, niños e incluso madres con sus bebés y sus tamborcitos en miniatura.


Ti- tití
Tiriririririrí
Tiririririririririrí
Tiririririrí

Es imposible irte de Alcañiz sin aprenderte el ritmo de sus tambores, sobre todo si permaneces allí la famosa Noche de Tambores, una festividad que no creo que tenga mucho de religioso, sino más bien demostrar la pasión de los tamborileros y su aguante: tocaron sin descanso hastas las 8 de la mañana del día siguiente, alternando los ritmos de las baquetas con las bebidas espirituosas de bar en bar. Una noche nada recomendable para los que quieran descanso, lo digo por experiencia propia.

Tras esos dos días en Alcañiz, en mi cabeza afloraron pros y contras sobre los tambores, y la pasión por la percusión se debatió con la lógica del perfeccionismo más acurado. Sí, aunque disfruté muchísimo de los tambores, todo puede mejorarse. Si alguien de Alcañiz o Calanda lee esto, en ningún momento pretendo ofender sino más bien dar mi opinión libremente sobre lo que me hubiese gustado encontrarme para que hubiese sido una experiencia rayana a la divinidad.

Por una parte, la falta de bombos en Alcañiz (y que Calanda sí tiene). Reconozco que por gustos, tengo debilidad por las notas graves, y los bombos llenan y dan profundidad a los ritmos de los tambores, así que los eché en falta en Alcañiz, aunque me explicaron que ha habido intentos de introducirlos, parece ser que el bombo no cuaja. Una verdadera lástima.

Por otra parte, la descoordinación en los ritmos durante las procesiones. Eché en falta un "tambor director" que pautara la música, para que todos los tambores fuesen a una, respetando los silencios y yendo a la misma velocidad. Cuando un grupo de tambores lograba coordinarse a la vez, era realmente sublime, pero rápidamente quedaba "ensuciado" por tambores sueltos que se escuchaban en los alrededores. Donde más lo noté fue en la tamborilada final del Sellado del Sepulcro, pues tra una pausa silenciosa, todos los tambores comenzaban a sonar a la vez con la tonadilla de Alcañiz. Y lamentablemente ni sonaron a la vez (por la falta de una señal más clara para comenzar), ni algunos tamborileros (adultos con una leve actitud chulesca) siguieron ni siquiera la tonadilla exigida, algo que me dejó un puntito de decepción, ya que no creo que fuese el momento para alardear de creatividad percusionista, sino de ir todos a una.


Y en las procesiones más concurridas, la presencia de niños que, a falta de experiencia o porque todavía no tenían edad para saber siquiera qué era un tambor, tocaban sin orden ni concierto y alteraban el ritmo principal. Aún así, me quedo con la otra cara de la moneda de este comentario, ya que si bien no había unidad en el ritmo, la participación en los tambores de prácticamente todos los habitantes de la ciudad denotaba mucho amor a lo que hacían, una tradición arraigada en la familia y que se transmite con ilusión y da fuerza y unidad a los alcañizanos.




Quizá por ello la procesión de la Soledad fue la que más me gustó, pues fueron los tambores más sobrios, serios y coordinados que sentí.

Pero no quiero que mi opinión empañe la maravillosa festividad que representan los tambores del Bajo Aragón, pues prácticamente todos los recuerdos que me he llevado han sido increíblemente buenos. Los tambores son espectaculares, la pasión con que los tocan es pegadiza, y además los alcañizanos son la gente más amable con la que me he cruzado jamás. Cualquier cuidadano te echa una mano sin pedirlo cuando te ven apurada, te desean que disfrutes de sus fiestas cuando se percatan que eres turista, te indican rutas (las Saladas, el castillo, la Estanca, la ermita de la Virgen de Pueyos...), te atienden con paciencia, siempre tienen la boca llena de risas... me llevo el mejor recuerdo humano del mundo. 

Me he sentido tan acogida que sin duda repetiré. Esta tierra está cargada de tesoros que vale la pena descubrir e incluso reencontrar.




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