Lex Hermae

Ego, Prisca, me ordinem sodalesque fideliter adiuvare me vivo hac re iuro.

dijous, 10 d’abril del 2014

La urraca y la botella

Para muestra, un botón, que dicen.

Me apetecía escribir algo, aunque últimamente no tengo mucho tiempo para enfrascarme en un proyecto de larga duración (una novela, vamos) así que decidí tirar los dados en el Musas a la carta y me salió la siguiente y extraña miscelánea. No es mi relato favorito, pero creo que ha quedado bastante mejor de lo que esperaba.


1.Excesos, drama
2.Destino marcado por el tarot o quiromancia
3.Principios del siglo XX
4.Antagonista: vecino indiscreto
5.Protagonista: animal

La urraca se posó en la rama baja de la higuera, atraída por el brillo de la botella de cristal que contenía un líquido del color del trigo en verano. Miró sesgadamente al bebedor, un humano viejo y violento que se creía dueño de la higuera, de los primeros higos dulces, del aire que compartían, de la tierra que los dos pisaban… aunque la tierra se la podía quedar, pues la urraca poco le interesaba aquella tierra dura llena de piedras idénticas en la que no se podía escarbar.

Su vecino dio un nuevo trago a la botella transparente, aunque no parecía satisfecho y bebió un poco más, hasta eructar sonoramente. ¡Qué sonido más intenso, qué grito tan poderoso!, pensó la urraca, curiosa, dejando transcurrir el tiempo y observando detenidamente al humano.

Y como cada tarde, el hombre se quedó quieto, con los ojos mal cerrados y gruñendo entre sueños molestos, así que la urraca se envalentonó y bajó hasta posarse en la barandilla del porche. Con cautela, fue acercándose hasta su preciada botella, que refulgía con el calor intenso del día. ¡Si pudiera poseerla, si pudiera llevársela hasta su nido y decorar con ella el hogar que quería fundar para su nueva prole!

Su pico experimentado dio un primer golpecito a su preciado tesoro y un hermoso sonido agudo la asustó repentinamente. Dando un saltito hacia atrás, observó la botella inmóvil. ¿De qué material estaba hecha, quizá un soplo de viento endurecido? ¿o era un trozo de hielo invernal? ¿cómo podía ser tan lisa, tan perfecta? Volvió a golpearla con el pico una y otra vez, entusiasmada, comprobando su resistencia y llenando el aire de sonidos libres y desacompasados.

- ¡Aniceto, borrachuzo dormilón, que la urraca se te bebe la cerveza! – gritó entre risas una mujer enorme que caminaba hacia la casa.

Su vecino se despertó de un sobresalto y la urraca, rápida e instintiva, se apresuró a volar de nuevo a la rama de la higuera, al cobijo de su nido.

- ¡Me cagüen el pajarraco ese! – masculló malhumorado el hombre - ¡y tú, Luciana, no me des esos sustos! ¿No ves que estaba echando una cabezadita?

- Tú ten cuidado, que ya lo dicen los refranes: “cría cuervos y te sacarán los ojos” – sentenció la vecina – ya te dije yo que me ha desaparecido una cucharilla de plata y la sortija que heredé de mi madre, ¿no vas a hacer nada al respecto?

Gruñendo como un depredador hambriento, el hombre entró dentro de la casa tras la mujer.

La urraca observaba atenta cualquier nuevo movimiento de los dos humanos, que habían desaparecido durante largo rato.

La botella aún continuaba junto a la barandilla, brillando tentadora. ¿Y si probaba a llevársela? Parecía pesada, pero podría ir acercándola hacia la higuera a empujones y hacer un esfuerzo final para elevarla hasta su nido.

La urraca esperó un tiempo prudencial por si sus vecinos volvían a salir. Cuando todo parecía en calma, planeó hasta la barandilla. ¡Estaba tan cerca de ser suya! Apresó bien fuerte la parte estrecha de la botella con sus patitas, pero pesaba demasiado y le resbalaba, ¡era muy incómodo llevarla volando! Aún así, no se dio por vencida y fue haciéndola rodar fuera del porche. Cada centímetro ganado estaba más cerca de ser suya y ese pensamiento la animaba a proseguir con su incursión.

De pronto, ¡zas! Una sombra se abalanzó sobre ella y su cuerpo quedó aprisionado por una fuerza superior. Graznó, luchó por liberarse, pegó fuerte con sus patitas e intentó batir sus alas con furia, pero fue incapaz de ganar la batalla.

- ¡Ya está bien de robar! – rió entre dientes el hombre – una cuerva muerta, un ladrón menos en el mundo.

Y partió el cuello de la urraca con un simple movimiento de dedos.

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